![]() |
En plena era de transformación digital, donde la inteligencia artificial (IA) automatiza desde procesos industriales hasta tareas creativas, muchas profesiones enfrentan una incertidumbre creciente sobre su futuro.
Actividades como atención al cliente, redacción técnica, programación básica y análisis de datos ya pueden ser ejecutadas eficientemente por algoritmos avanzados. Pero en este panorama cambiante, hay una labor que, según la propia IA, parece inmune a la automatización: la del terapeuta emocional o consejero.
De acuerdo con modelos de lenguaje como los desarrollados por OpenAI, esta profesión se mantiene vigente porque requiere habilidades profundamente humanas que las máquinas no pueden replicar.
A pesar de los avances en chatbots con respuestas empáticas o en sistemas de IA entrenados para interpretar emociones, estos carecen de elementos esenciales como la intuición emocional, la historia personal, la ética aplicada y la capacidad de establecer una conexión real.
La escucha activa, el juicio emocional y la resonancia afectiva son componentes centrales en el acompañamiento terapéutico. Estos factores no solo permiten que un terapeuta comprenda la experiencia del otro, sino que lo haga desde una perspectiva compartida y auténtica.
Ante situaciones de duelo, ansiedad, crisis existenciales o trauma, los humanos siguen buscando apoyo humano, no solo asesoría técnica. Además, el vínculo de confianza entre terapeuta y paciente es difícil de codificar. La IA puede sugerir tratamientos o interpretar patrones de conducta, pero no puede ofrecer una presencia significativa ni construir la seguridad emocional que muchas personas necesitan.